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Beato Pedro Donders

  Fiesta: 14 de Enero 

BEATO PEDRO DONDERS
El Apóstol de los leprosos

1.809 - 1.887  

Aquí, en España, no hay muchos que hayan oído hablar del Padre Pedro Donders. No obstante esto, tenemos que decir desde el principio que el Beato Donders es uno de los hombres gigantes de la humanidad y más si tenemos en cuenta la medida que Jesús adoptó a la hora de valorar los méritos de los que peregrinamos en la tierra: la medida de la entrega a los demás, la medida de la caridad.

Pocos años después de la muerte del Padre Pedro Donders, conversaba un comerciante protestante en Amsterdam con un Padre Redentorista y le decía: “Ustedes los católicos ponen en las iglesias las imágenes de los hombres que llamáis Santos. Pues mire, Padre, si alguien merece este honor es, sin género de duda, el P. Donders, de cuyas extraordinarias virtudes fui testigo en el Surinam”.   El deseo de este buen protestante se ha cumplido: el 23 de Mayo de 1982,  Juan Pablo II declaró Beato al P. Donders.

Vamos a ver pues algo de la vida del Padre Donders. Vamos a ver cuánto le costó llegar a ser sacerdote, cuánto trabajó por los demás, haciéndose todo para todos y, en especial, para sus queridos leprosos, a los que dedicó los treinta últimos años de su vida.  

PRIMEROS AÑOS. ESTUDIOS. SACERDOTE

Nace el Padre Pedro Donders el 27 de Octubre de 1809, en la pequeña aldea de Heikant, al lado de Tilburgo (Holanda). Fue Bautizado el mismo día de su nacimiento.   Sus padres se llamaban Arnoldo Donders y Petronila Van Den Brekel.

A los seis años muere su madre, dedicándose desde entonces su padre, con extraordinario esmero, a cuidar de sus dos hijos: Pedro, débil de complexión y Martín, inválido y con un año menos que Pedro.

Los gustos de Pedro, desde muy niño, se dirigían hacia las cosas de la Iglesia: imitaba en casa las ceremonias del culto (Misa), hacía de pequeño predicador y apóstol con sus compañeros, a los que explicaba el Catecismo en corrillos y rezaba con ellos.   Más tarde nos dirá él mismo que desde los cinco ó seis años comenzó a decir que quería ser sacerdote. Pero no podía ser porque su familia era pobre  y, nada más cumplir los diez años, tuvo que ponerse a trabajar con su padre en el oficio de tejedor doméstico.

Otro inconveniente fue el que en 1825, el gobierno holandés mandó cerrar todos los Seminarios Menores; prohibición que continuó hasta el año 1829. Fue en este año cuando pidió ser admitido en el Seminario de Gestel y después de múltiples dificultades, fue admitido en el año 1831 cuando ya tenía veintidós años; y no admitido en calidad de seminarista propiamente dicho, sino de criado, con permiso para asistir a las clases en las horas que le quedaran libres después de cumplir con el trabajo.

Los seis primeros meses apenas pudo asistir a clase, pues el trabajo que tenía era mucho. Más tarde, ya pudo ir asistiendo de una manera más regular. No podía resultarle fácil aquella situación, ya que se sentaba en la clase al lado de niños de doce años, más o menos.   Además era objeto de burlas dentro y fuera de clase, máxime cuando barría la casa delante de ellos o traía la ropa a los colegiales .

Esta forma de vida, con trabajo y estudio, la mantuvo durante los seis años que duraron los estudios en el Seminario Menor. A la hora de pasar al Seminario Mayor, como Donders manifestara grandes deseos de ser Misionero en tierras lejanas, el Rector del Seminario le aconsejó que pidiera ser admitido en alguna Congregación Misionera. Pero aquí venía otro gran inconveniente, ya que el Rey Guillermo I de Holanda había prohibido, por aquel entonces, a todos los conventos y monasterios que admitieran novicios.

Ante esta situación Donders no se acobardó, sino que pasó la frontera y se fue a Bélgica en donde fue llamando sucesivamente a las puertas de varias Congregaciones: a los Jesuitas en Gante, fue rechazado por su mucha edad; a los Redentoristas en el Noviciado de Sint Truiden lo rechazaron “por falta de talento”. Por último llamó a las puertas de los Franciscanos, también en Sint Truiden y éstos, como oyeron que había sido rechazado por los Jesuitas y los Redentoristas, lo despacharon con buenas palabras, diciéndole que volviera un año más tarde.

Con el fracaso reflejado en el rostro, volvió a Holanda. La vuelta la hizo a pie. Ya en Holanda, ingresó en el Seminario de Bois-le-Duc (capital del Brabante holandés) . Ahora ya no ingresa como criado, sino como seminarista. Seguía confiando en ser Misionero en tierras lejanas, aunque todavía no veía el cómo.

 

COMIENZA A ABRIRSE EL HORIZONTE

En el año 1839 pasó por el Seminario Monseñor Jacobo Groof, Prefecto Apostólico del Surinam o Guayana Holandesa (en aquel entonces colonia del país holandés).

Su palabra entusiasmó a Donders que inmediatamente fue a ofrecerse para ir al Surinam. Lo aceptó de mil amores el Prelado.

Queda Donders en el Seminario para terminar el curso y medio que le quedaba. El 15 de Junio de 1841, a los treinta y dos años, se ordena Pedro sacerdote. No presentándose entonces ocasión de embarcar  rumbo al Surinam, se queda un año más en el Seminario, preparándose a conciencia para su Santa vocación de Misionero.

 

 

SALTO AL SURINAM (Guayana Holandesa)

Sonó la hora de la partida. Va a despedirse de los suyos a su tierra natal. La honda impresión que causó en Tilburgo fue causa de que, durante sus años de vida en el Surinam, recibiera frecuentes donativos de sus paisanos.

El 1 de Agosto de 1842 se embarcó en el puerto holandés de Den Heldemr, para llegar a Paramaribo, capital del Surinam, mes y medio más tarde.

Al poco de llegar escribía a Holanda: “Finalmente he llegado a mi destino a donde me llamó el Señor y su diestra me llevó.”

 

PARAMARIBO Y LAS PLANTACIONES (1842-1856)

Paramaribo era el centro de sus operaciones apostólicas. En la ciudad predicaba, daba catequesis, visitaba enfermos.

Recién llegado se declaró una epidemia de disentería, por toda la vastísima zona que Donders y otros dos sacerdotes atendían. Los otros dos cayeron enfermos y uno murió. Era un verdadero espectáculo ver a Donders, joven sacerdote, sacrificarse hasta el heroísmo para atender, espiritual y corporalmente, a tanta gente necesitada, sin hacer distinción de razas ni de condiciones sociales: instruía, consolaba, exhortaba a los enfermos, confortaba a los innumerables moribundos y los preparaba a bien morir. Además, hacía de médico para unos, de enfermero solícito y cariñoso para otros, practicando la caridad hasta el heroísmo.

Pasada la epidemia, se dedicó de lleno a la labor apostólica en Paramaribo y alrededores, prestando especial atención a la juventud, llegando a formar un grupo ferviente de jóvenes católicos.

Unos años más tarde, en mayo de 1851, se declaró repentinamente la terrible fiebre amarilla. Otra vez de médico, de enfermero, de criado, de madre. Al fin, cayó él mismo víctima del contagio. Aunque los dolores y sufrimientos de su enfermedad eran grandes, sufría más por no poder atender a los demás enfermos, sin acordarse de sus padecimientos. Estuvo a punto de morir y ofrecía frecuentemente su vida por la salvación del rebaño a él encomendado espiritualmente.

 

 

EN LAS PLANTACIONES, CON LOS ESCLAVOS NEGROS

Desde 1843 comenzó sus visitas misioneras a las plantaciones, que eran grandes extensiones de terrenos, propiedad de ricos blancos, situadas en los llanos y a orilla de los ríos, donde trabajaban y malvivían millares de esclavos negros.

En una carta, mandada por aquel entonces a Holanda, se quejaba Donders y decía: “Si se cuidara aquí a los esclavos igual que los europeos cuidan a sus bestias de carga, la situación resultaría mucho mejor... Lo que he visto y oído, a este respecto, está por encima de toda imaginación”.

La palabra misionera del P. Donders llegó prácticamente a los casi cincuenta mil esclavos que, en condiciones infrahumanas, trabajaban en las aproximadamente, cuatrocientas grandes haciendas. ¡Sólo Dios sabe lo mucho que trabajó en favor de aquellas pobres criaturas!.

Por ello, ya entonces, le llamaban el “apóstol de los negros”. Embarcaba en frágil canoa, con remeros negros, que le adoraban y a fuerza de remos, seguían el curso de los ríos, principalmente el río Surinam y el río Saramaca, en cuyas márgenes se extendían las plantaciones. Los frutos de estas excursiones misioneras no fueron estériles, ya que tuvo la dicha de convertir a la fe a más de tres mil esclavos.

 

CON LOS LEPROSOS DE BATAVIA (1856-1887)

Batavia era un lugar paradisíaco, un paraje encantador, lleno de bellezas tropicales; pero, este paraíso en realidad, era la morada del dolor.

Allí eran llevados los leprosos del Surinam. Allí vivían aquellas pobres gentes, presas de aquella terrible enfermedad. Todo el mundo huía de ellos y no les permitían salir de las circunscripciones de Batavia, que era como una plantación.

El Padre Donders visitó Batavia el primer año de su estancia en el Surinam (1842)  y quedó tremendamente impresionado. Desde entonces deseó ir a vivir y trabajar con aquellas pobres gentes. Varias veces solicitó su traslado a Batavia y, al fin, le fue concedido en 1856.

Se despidió, pues, de Paramaribo y fue a vivir entre los leprosos. Instalado en su nueva y singular parroquia, dio comienzo a aquel  método de vida que, con pocas interrupciones había de seguir hasta su muerte: Misa con los leprosos que asistían; visita por las chozas, donde consolaba, exhortaba, confesaba, administraba los Sacramentos. Además arreglaba sus lechos, aseaba sus chozas, vendaba sus heridas. Todo esto, mañana y tarde.

Al atardecer reunía a sus feligreses en el templo, donde les explicaba en lenguaje familiar la religión, rezaba el Rosario y otras oraciones; terminaba con un canto. Así un día y otro. Fruto de ello fue el cambio total de Batavia. Allí, en medio de la enfermedad, comenzó a florecer la alegría y raro fue el que murió sin antes haber recibido los Sacramentos.

 

 

REDENTORISTA

Diez años llevaba Pedro en Batavia cuando llegaron los Redentoristas al Surinam. Pío IX había encomendado a los Redentoristas aquella difícil Misión.

Poco tiempo después de la llegada de éstos, el P. Donders pidió ser admitido en la Congregación y ahora le fue concedido sin ningún obstáculo. El 1 de Noviembre de 1866 vistió el hábito de la Congregación y comenzó, en Paramaribo, el Noviciado que, por dispensa del Reverendísimo Padre General, lo hizo en sólo ocho meses. Hizo la profesión religiosa el 24 de Julio de 1867.

A los pocos días volvió a su querida Batavia, donde se dedicó con más celo, si cabe, que antes, a sus santas tareas de caridad y oración. Vivía todo entero para sus leprosos. A ellos pertenecía su tiempo, su casa y todo cuanto tenía.  

 

APÓSTOL DE LOS INDIOS

Si antes, desde Paramaribo, se convirtió en el Apóstol de los esclavos negros, ahora, los diecisiete últimos años de su vida, se convirtió en Apóstol de los Indios que, lejos del mundo civilizado, vivían en la parte alta de los ríos.

Pidió y obtuvo permiso de los Superiores para salir en excursiones periódicas al encuentro de los indios, tan difíciles de convertir. Desde Batavia salía, al principio con intérprete, en busca de ellos. Tuvo el gran consuelo de bautizar en esos años a más de mil indios.      

 

CON LOS NEGROS CIMARRONES

A la vez que se dedicó al apostolado de los Indios, lo hizo también con los llamados Negros  Cimarrones.

Eran éstos, negros traídos de África, para ser vendidos como esclavos en el Surinam. Ante los malos tratos de los blancos y la falta de libertad, habían hecho lo imposible por escaparse de ellos y se habían establecido en lugares lejanos de la jungla.

Desde allí, hacían incursiones para atacar a las haciendas de los blancos, sus antiguos propietarios, a los que odiaban por encima de todo. Eran, como decía el P. Donders por entonces, más salvajes y feroces que la tribu más feroz y salvaje de los indios.

A ellos fue también el P. Donders con la doctrina del Evangelio. Le fueron aceptando y respetando, pero la primera vez que se opuso enérgicamente a sus supersticiones, se enfurecieron de tal modo que, a duras penas, pudo escapar con vida. Volvió una y otra vez a ellos, con más dulzura, logrando, si no muchas conversiones, sí el ser aceptado y hacer mucho bien entre ellos.

Por todo lo descrito hasta ahora bien podemos llamar al Padre Pedro Donders apóstol  por cuádruple motivo: apóstol de los Esclavos Negros, apóstol de los Leprosos, apóstol de los Indios y apóstol de los Negros Cimarrones.

 

SU MUERTE

A finales de 1886 regresó el P. Donders enfermo de una expedición con los indios. No dejó de trabajar a pesar de ello. El 31 de Diciembre, que era sábado, predicó como todos los sábados sobre la Virgen. Fue su último sermón.

El día primero de Enero ya se quedó en cama, de la que no se volvería a levantar. Otro Redentorista que trabajó estos últimos años con él, en Batavia, le invitó a que hiciera testamento, a lo que contestó el P. Donders: “No tengo en este mundo nada de que disponer. Den sepultura a mi cuerpo donde mejor les parezca. Dos cosas nada más deseo: la primera que pidan en mi nombre perdón a mis pobres y queridos leprosos por si en algo les he ofendido; la segunda que les digan que me apena mucho la vida que algunos llevan y que deseo que lleguen a comprender cuán grande mal es el pecado”. Este fue su testamento.

Por fin el P. Donders expiró dulcemente, el viernes 14 de Enero de 1887, a las tres de la tarde. Había llegado a los setenta y siete años de edad, de los cuales cuarenta y cuatro los había pasado en el Surinam, y treinta de éstos, con pequeñas interrupciones, en la leprosería de Batavia.

Los desconsolados leprosos no querían separarse del ataúd que encerraba los restos de su amado Padre. Fue enterrado en el mismo Batavia, al pie de una gran Cruz. Allí descansaron sus restos hasta el año 1900. En dicho año, fueron trasladados a la Catedral de Paramaribo.

 

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